Una vez que había reunido a todas sus tropas, las arengó a partir hacia sus orígenes. Ya no tenían nada que hacer allí. Con gesto cansado, aunque determinante, hicieron saber a la dueña de aquellas tierras, de su partida sin remisión alguna.
Los territorios comúnmente conquistados, acordaron ser visitados y organizados por ambos. Ella, no dijo nada. Su silencio certificó el común acuerdo.
Entrando en sus tierras lentamente, advirtió la dejadez y el desamparo reinantes por tantos años de entrega.
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