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domingo, 19 de octubre de 2014

Una y mil cartas nunca escritas

Una mirada desnortada descubrió una pila de cassette arrumbada en un rincón de la esquina más recóndita del armario. Alargó la mano y, al azar, atrapó una cualquiera. Un fragmento de su vida encerrado en plástico polvoriento.
Abrir la cajita y olerla, fue todo un "revoir", que culminó cuando apretó ese botón tosco y gastado que por sí mismo cambió el aspecto del despacho haciéndolo más cálido y manual.
Arrastrado por el ambiente, busco hasta encontrar su vieja pluma. Fiel desde el olvido, seca de esperar esa vez que nunca llegó.
La música fluía como si nunca hubiera dejado de sonar. El ambiente enraizaba sutilmente atrapándolo todo en un "déjà vu" que jamás podría haberse planificado, pero que ahí estaba, reivindicando un acto omitido voluntariamente y que, una alianza entre la consciencia más libre y el poder del subconsciente cuando rastrea, había desatado el "momento perfecto".
Celoso, el teclado observaba triste y resignado el movimiento cómplice que trazaba la tinta entre sus dedos. Ese baile íntimo mil veces soñado.






4 comentarios:

  1. Algunos no renunciamos a esa maravilla que es el ordenador para la escritura, pero tampoco a la belleza y el encanto de las plumas.
    Buen texto.

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    1. ¿Existirán en el mundo digital que nos invade, un pequeño hueco para esa "manualidad" tan íntima?
      Saludos, Ángel y, gracias por el comentario.

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  2. El contacto de una pluma, el deslizar de una pluma sobre el papel no tienen igual.
    Un fuerte abrazo.
    HD

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    1. Es una doble expresión en sí misma. La interpretación de lo escrito y la grafía que utilizamos al hacerlo. Una grata sorpresa tu visita, HD. Un abrazo.

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