Abrir la cajita y olerla, fue todo un "revoir", que culminó cuando apretó ese botón tosco y gastado que por sí mismo cambió el aspecto del despacho haciéndolo más cálido y manual.
Arrastrado por el ambiente, busco hasta encontrar su vieja pluma. Fiel desde el olvido, seca de esperar esa vez que nunca llegó.
La música fluía como si nunca hubiera dejado de sonar. El ambiente enraizaba sutilmente atrapándolo todo en un "déjà vu" que jamás podría haberse planificado, pero que ahí estaba, reivindicando un acto omitido voluntariamente y que, una alianza entre la consciencia más libre y el poder del subconsciente cuando rastrea, había desatado el "momento perfecto".
Celoso, el teclado observaba triste y resignado el movimiento cómplice que trazaba la tinta entre sus dedos. Ese baile íntimo mil veces soñado.