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domingo, 29 de enero de 2012

Animalitos domésticos

Ya no recuerdo cual fue el primero. Llegaron sin avisar, apenas haciendo ruido. En estos días frenéticos me rodean en bandadas. Ya no sé como atenderles. Antes de acostarme les proveo de su alimento, aquél que los silencia y a mi me facilita esa función indispensable que es la comunicación.
Su presencia intimida mi libertad, especialmente cuando me miran a los ojos. A veces les amenazo con abandonarlas impidiendo su fuente de alimentación, pero ellas me castigan duramente pidiendo doble ración, comiendo entre horas.
Hemos hecho un pacto: Ellas respetarán mi intimidad, mis horas libres, y yo no dejaré que se apaguen. Con un estricto horario las máquinas tendrán su presencia existencial y yo soñaré con que jamás hubiesen existido.



domingo, 15 de enero de 2012

Desinhibirse

Las carcajadas inundaban todo el local, incluso traspasaban los muros de piedra. Dentro, un grupo cualquiera, se abandonaba al calor del vino, amenizado por el anfitrión, -que apenas lo probaba- Conforme se vaciaban las botellas, el ambiente se saturaba de risas... y secretos.

... que se deslizaban desde los labios. Cadenas de palabras aterciopeladas que llegaban, quedas pero intensas a sus oídos. Dulces momentos de intimidades compartidas, desinhibidos, todo parece posible. La luna está llena...

... tan intensa que contagia su candor. Él está presto, sereno. En medio de tal despliegue de despropósitos, ha urdido en los subconscientes, sabedor de su fragilidad momentánea. No es jugar limpio, pero es jugar. Mira una a una a sus víctimas y sonríe, sin estridencias, satisfecho...

Le devuelve la mirada pero no la sonrisa. Llama a un taxi y mientras espera, se acerca al anfitrión. Susurra en su oído: "La próxima cena, en mi casa. No faltes. Te supongo el valor, como a todos. Yo también sé jugar."

Abriendo la puerta del coche, no puede evitar repasarla de arriba a abajo, especialmente la interminable abertura de su vestido, mientras divaga en los juegos posibles, despidiéndose entre preocupado y aturdido. Mete las manos en sus bolsillos, encontrando unas braguitas extraviadas...

(Jajajaja..., si no había bebido, el anfitrión) Perplejo, las vuelve a introducir en su bolsillo. No puede evitar apreciar su tacto sedoso. Suena su móvil. Su mujer le busca. Los invitados preguntan por él. Mientras los atiende, no es capaz de sacar su mano del bolsillo. 

Inequívocamente la fiesta se acabó con ella. Su rostro conmocionado por el contratiempo, se reestructura para hacer frente al resto de la velada. El móvil sigue en el bolsillo, sonando... necesita tiempo para saber que contestar. Ya en la puerta, lo coge y al tiempo caen las...


... artimañas, mezcladas con la confusión que propagan las mentiras ¡Hola, cariño; perdona hay tanto ruido de fondo que no escuché la llamada! Estoy terminando, en breve estoy contigo.
-Sin colgar, coge la prenda, todavía caliente, la arrulla y, pegándola a su nariz, respira hondo-

Al colgar, sonríe. Está satisfecha con el efecto producido en su anfitrión. Era deseo lo que se fundía con su voz y pasión con premura lo que comunicaba en tono cálido. Nunca hubiera sospechado tanta emoción en un hombre con apariencia de arcón congelador...  (*)






viernes, 6 de enero de 2012

La artista

De niña, jugaba con colores. Su padre, entusiasmado le decía: ¡Algún día, hija mía, serás artista!
Pasaron los años y los avatares del destino le reservaron varias excusas. Eran otros tiempos donde la vocación dormía ahogada en mares de paciencia.
No expone cuadros, ni escribe... tiene cuatro niñas y tres niños.
Dicen que nuestra mayor creación son los hijos. Ella ha pintado siete vidas como siete sueños.
Ahora, cinco nietos de esas siete vidas se agolpan alrededor de una mesa, aquella que nunca debió de estar vacía de acuarelas y láminas en blanco, donde ella alguna vez quiso expresar todo lo que sus ojos polarizaban y su alma interpretaba.
Mañana, su hija mayor expone.




lunes, 2 de enero de 2012

Fugacidad

Cuando escuchó el sonido metálico de las últimas campanadas, un suspiro de vida se agarró a cualquier excusa de seguir presente. Empinó el cristal empapado en deseos y, de un sorbo, abrió el umbral de un nuevo año. Uno más para supervivientes de sonrisas embriagadas, uno menos para los devoradores del tiempo. Observó en gran angular toda la sala, como el que graba todo aquello que no sabe si volverá a ver. Dejándose llevar por la nostalgia más húmeda que supo atrapar. Una mezcla de sentimientos agridulces le cortejaron en el último baile que, fugazmente, el tiempo regaló antes de engullirlo en el mundo de los recuerdos pixelados.