En un intento de pactar con el tiempo, ajustó tres relojes: El de cuarzo, sin ningún tipo de mantenimiento, perfecto en dejarse llevar, el automático que se alimenta estrechamente del pulso vital y el de cuerda que es heredado y simboliza su atavismo. Ahora, no sabe que hacer, marcan horas diferentes y solo le apetece seguir el que mantiene su ritmo.
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