Creo que la he vuelto a ver. Aunque no está. Su olor característico está por todas partes. Incluso me atrevería a decir que mi saliva retiene el sabor de su cuerpo desnudo, entregado sin condiciones. Esa maravillosa criatura libre que necesitaba ser esclava unos minutos.
La primera vez... -todavía guardo ese trocito de inmortalidad envuelto en pequeñas dosis- me colonizó y, en las sucesivas y reiteradas batallas, -porque jamás fueron encuentros- me fue adquiriendo, sorbiendo como si de un elixir se tratara. No supe parar, no quise terminar.
Entré en un juego sin reglas, sin límites establecidos. Ella era el centro del mundo y sus rayos daban vida a todo lo que exponía. Empezaron a entrar más jugadores. Las combinaciones surgieron sin prever una falta de aire donde la elasticidad no encontró disfraz donde habitar.
Ella sigue intacta. En mi recuerdo, seguimos jugando. Los límites no se hacen preguntas. Morir y nacer el mismo día es la única forma de entender el sexo tras conocerla. Detrás de estos barrotes soy feliz. Fuera, no me espera nadie. Pronto nos reuniremos y seguiremos jugando, sin que nadie nos moleste. Esta vez, juntos... para siempre.
Ella y su recuerdo.
ResponderEliminarBuen texto.
Un saludo
Ella permanece en el recuerdo. En la íntima mirada de los espejos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ella es el principio y el final. Ella es todo.
ResponderEliminarGracias por la visita. Un fuerte abrazo.